Te escribí, como lo hacía Neruda,
intentando recordar como eras, entre figura y figura.
Intente ser ese poeta en Nueva York, pero te perdí una mañana...
y termine extrañándote, como lo hizo él, a su amada Granada.
Te cante esa nana, te sufrí en cada beso,
pero repetimos ese momento, al final de cada verso.
Me sentí como Machado, triste y desamparado...
Viendo como me alejaba, de lo que tanto había soñado.
También me sentí Bécquer, que duro es el olvido,
ojalá volviesen esas golondrinas a su desamparado nido.
¿Pero hay algo peor, que sentirse preso del destino?
Ojalá Miguel Hernández, hubiese escrito otra nana a su amado hijo.
Aunque ahora ya sólo se, que esto no fue casualidad,
pues pasé de soñarte, a ver mi sueño hecho realidad.
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